Municipalidad de Coronel Suarez

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miércoles, 29 de enero de 2014

Las supersticiones que se volvieron tradiciones en el transcurrir de los siglos… Las costumbres nuestras de cada día… (5ª Parte)

La historia de la humanidad es también la historia de sus mitos; aun recopilando sólo los más difundidos supone una tarea denodada. A las supersticiones generalizadas, patrimonio común de una o varias culturas quedan por añadir las individuales, las que casa ser humano forja para su uso personal, al compás de cuanto las experiencias de su vida le han señalado como propicio o nefasto para él. Así fulanita, soltera impaciente por formar pareja, comprueba que cada vez que se viste de violeta las cosas no le van bien con los hombres, acabará por atribuir la circunstancia al color y proscribirá el violeta de sus vestidos y accesorios. Al establecer una ecuación personal de lo que resulta adverso (violeta=mala suerte con el  sexo opuesto) ha fundado su propio tabú…

Derramar la sal

Mala suerte, si esto le ocurre al manipular el salero, a menos que se apresure a tomar una pizca y arrojarla por encima del hombro izquierdo “directamente a la cara del diablo”. Porque éste es el sitio desde el que Pedro Botero, es decir, el diablo, espera paciente a que nuestra naturaleza pecadora renuncie al alma para siempre. La sal arrojada no tiene otro fin que cegarlo temporalmente, para que el espíritu tenga tiempo de volver a quedar afianzado por la buena suerte. Desde la Grecia antigua, la sal ha tenido un gran poder simbólico: procede de la Madre Tierra, del mar; las lágrimas y la saliva son saladas, y conserva, condimenta y enriquece los alimentos.


Echá tres puñaditos por sobre el hombro izquierdo, así ahuyentás la mala suerte... ¿Cuántas veces escuchó esto o fue protagonista del famoso gesto? Incontables, ¿verdad? Es que la superstición está enraizada en nuestra vida cotidiana, casi imperceptible, pero ahí está. En cosas minúsculas, en los procesos gestuales que nos acompañan o forman parte de nuestra personalidad. No hay forma de desprenderse de costumbres profundamente arraigadas. Algunas llegan desde la noche de los tiempos; hemos olvidado su origen, su primigenio significado, su esencia. Pero están ahí, en mayor o menor grado; no podemos deshacernos de ellas.


La sal y sus connotaciones sumamente valiosas en la antigüedad, hicieron que se la considerara hasta como elemento de trueque, y en no pocas ocasiones tuvo el valor de la moneda. A los esclavos romanos manumitidos se les entregaba una cantidad determinada de sal, a modo de pago por sus servicios. De ahí deriva el término salario, que usamos habitualmente sin poner mayor atención a su etimología.

Derramar sal constituía un incalificable derroche, porque se la traía desde lugares muy lejanos y casi desérticos, en lentas caravanas. Cada vez que tome el salero y le eche sal a la comida –cuidado con la presión arterial- recuerde, entonces, la antigua prosapia del condimento y piense que lo de la mala suerte, en realidad era volcarla por la pérdida que representaba.

Cruzar los dedos

Cuando se formula un deseo, se dice una mentira o se encuentra uno ante un peligro, es costumbre cruzarlos dedos, concretamente el mayor sobre el índice.

El gesto, que evoca una cruz, conjura la mala suerte y aleja las influencias maléficas, según los supersticiosos. Desde los primeros tiempos del cristianismo se creía que, replegando el pulgar bajo los otros dedos, se alejaba a los fantasmas y malos espíritus, o bien haciendo esa operación con las dos manos y dejando que el pulgar asome entre el índice, dedo consagrado a Júpiter, y el mayor, dedo del pecado dedicado a Saturno. No obstante, algunos autores piensan que, aunque el simbolismo de la santa cruz en este gesto resulta obvio, el origen primero es mucho más primitivo que la cruz cristiana y se remonta a los más antiguos tiempos paganos.

Cruzar los dedos de uno es un gesto de mano de uso general para la buena suerte. Lo cual tiene sentido, ya que fue utilizado durante la antigua persecución cristiana por los creyentes para identificar otros creyentes como un signo de la paz. Hoy, sin embargo, esto ha evolucionado para excusar la narración de una mentira blanca, que pueden tener su origen en la creencia de que el poder de la cruz cristiana puede salvar a una persona de ser enviado al infierno por decir una mentira.


Antes de la era cristiana, existía la costumbre que dos personas enlazaran sus dedos índices formando una cruz para expresar un deseo; una apoyaba a la otra mentalmente para que éste se cumpliera. La cruz, en la era precristiana, siempre ha sido el símbolo de la perfección y en su unión residían los espíritus benéficos. La costumbre se ha ido simplificando hasta nuestros días, donde se da por valido con cruzar dos dedos de una mano.

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