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viernes, 15 de noviembre de 2013

¡Ay...! ¡Ese dolor!


El dolor es una de las experiencias más universales. Sin em­bargo, se lo confunde con un signo y no con la enfermedad incapa­citante que puede ser. Revertir este paradigma es el objetivo de quienes se dedican a una especialidad nueva y poco reconocida: la medicina del dolor.


“Un experto en medicina del dolor me cambió la vida”. Con esta frase, María Isabel Sardi Bret resume ocho años de sufrimiento por neuralgia pelviana, una enfermedad que atrofia los nervios que rodean la pelvis. El dolor truncó la vida de esta mujer de 30 años: la sometió a la cama, le quitó la capacidad de mo­verse, interrumpió sus estudios de En­fermería y la dejó sin trabajo. Madre desde 2002, María Isabel recuerda cuando en 2004 empezó el problema: “Casi no pude disfrutar de mi hijo recién nacido, porque sufría dolores en la pelvis, cerca de los ovarios, que me doblaban. Me trataron en varios hospitales, me operaron de los quistes que tenía en el útero, pero se­guía con crisis de dolor”, relata. Los médi­cos desatendían su sufrimiento –lo con­sideraban “un síntoma más”– y en 2006, cansados de no encontrarle solución, la mandaron al psicólogo. “Pensaron que yo provocaba los dolores”, relata.


Su historia dio un vuelco cuando llegó al consultorio del doctor Harry Trigosso, experto en medicina del dolor. Por fin, María Isabel ponía nombre y apellido a su problema: a diferencia de lo que mu­chos médicos le habían diagnosticado antes, lo suyo era una enfermedad del dolor llamada “neuralgia pelviana”.

La enfermedad del dolor 


“El dolor es más que un signo; a veces, es una enfermedad en sí mismo”, define el doctor Jorge Vivé, neurocirujano y presi­dente de la Asociación Argentina para el Estudio del Dolor. Se estima que unos 500 millones de personas padecen dolor en el mundo, esto es, el 13,7% de la po­blación mundial. “La incidencia es muy al­ta; hasta cerca de la mitad de la población en algún momento de sus vidas presentará al­gún problema relacionado con el dolor”, agrega el doctor Fernando Salvat, neuró­logo y jefe del Servicio de Dolor de la Fundación FLENI.


A pesar de estas estadísticas y de que el dolor tiene una anatomía propia como enfermedad, el doctor Vivé señala: “No se lo enseña en la facultad como área especí­fica”. Desde su asociación luchan por cambiar este paradigma y que la medicina del dolor cobre la importancia que mere­ce como especialidad independiente.

Esta disciplina se desprendió de la aneste­siología en los años sesenta, cuando según describe Salvat: “Los anestesiólogos comen­zaron a tratar a pacientes con dolor a partir de infiltraciones específicas denominadas ‘bloqueos’. Más tarde, debido a la alta inci­dencia de esta afección y a partir de un ma­yor conocimiento, surgieron las clínicas o centros de dolor multidisciplinarios”. 
¿Por qué es tan importante contar con es­pecialistas entrenados en la materia? Mientras que este sea un síntoma que acompaña a otra patología, el tratamiento puede estar en manos del médico de cabe­cera. “El problema se presenta cuando el do­lor se perpetúa y se convierte en una enfer­medad. Entonces, se jerarquiza la presencia del médico experto en dolor, entrenado para tratar todos los casos, simples o complejos”, sintetiza la doctora Érica Bernich, vice-presidenta de la Fundación Dolor.


La lumbalgia, el más universal 


Según estadísticas, el 80% de las personas consulta por lumbalgia –llamado “dolor de espalda o de cintura”– en algún mo­mento de sus vidas. Este afecta a adultos y a adolescentes por igual y, según un estu­dio científico publicado en la British Medi­cal Journal, es la principal causa de disca­pacidad ocupacional en el mundo y el motivo más frecuente de ausencia laboral. “Si este cuadro no mejora en dos o tres días de tratamiento, debería ser visto por un experto en dolor, ya que la espalda posee una estruc­tura compleja y esto hace que las causas del problema puedan ser muchas y variadas. Además, la intervención temprana del médi­co previene la posibilidad de que ese dolor se vuelva crónico”, advierte Bernich.

¿Cómo se define que un dolor sea cróni­co? El criterio, según el doctor Vivé, es que se prolongue de tres a seis meses. Los dolores crónicos representan un desafío para el equipo médico, porque son muy difíciles de tratar. Pueden instalarse en el cuerpo durante años, sin explicación físi­ca alguna: son “recuerdos” de una lesión que el sistema nervioso guardaría por error, un proceso aún misterioso, que se está estudiando a nivel mundial.

Entre los dolores crónicos más “popula­res” figuran las cefaleas y migrañas, el do­lor artrítico (cuando las articulaciones es­tán dañadas) y las cervicalgias. Otros, me­nos frecuentes, son el dolor neuropático –que se origina por una alteración interna en el organismo– y la fibromialgia.

Por otra parte, existe un gran número de enfermedades asociadas al dolor, como la diabetes, el herpes y la mayoría de los ti­pos de cáncer. “La intervención del experto es clave, porque los pacientes suelen necesitar tratamiento durante un largo tiempo y es im­portante que no sea perjudicial para el orga­nismo, como ocurre con los antiinflamatorios, que luego de dos o tres días son más perjudi­ciales que benéficos”, destaca Bernich.
Dar con el especialista indicado es fundamental, no solo porque abordará rápida­mente el problema, sino también porque un tratamiento a tiempo evitará mayor dolor y otras complicaciones asociadas.


Terapias de cuerpo y alma



El dolor cambia a una persona. Lo exclu­ye de la sociedad, dificulta las relaciones afectivas e, incluso, puede llevar al suici­dio. “Un paciente con dolor es una persona que no lo está pasando bien –expresa el doc­tor Salvat–. En general, deja de hacer las co­sas que le gustan, hablar con amigos y fami­liares, tiende a aislarse, le cambia el humor y siente que no es comprendido”. 

Por estas razones, el especialista sostiene que el tratamiento debe ser “integral” “no simplificado a la toma de una pastilla”. “La parte farmacológica tal vez sea un pilar, pero no es el único. El objetivo final del tratamien­to debería ser el alivio y la mejora de la cali­dad de vida”, sostiene.

Para lograrlo, los expertos consultados coinciden en la necesidad de una mirada transdiciplinaria, que reúna las perspecti­vas de especialidades tan variadas como la neurología, la psiquiatría, la oncología, la neurocirugía y la anestesiología. Solucio­nes mágicas no existen y, lamentablemen­te, hay dolores, como los neuropáticos, para los cuales la medicina apenas tiene respuesta y provee solo un alivio parcial. En otros casos, existe una amplia variedad de terapias disponibles, aunque no todas funcionan con cada persona, debido a que el dolor es una experiencia individual.

Medicación: Los antidepresivos suelen ser usados para aliviar el dolor. En ciertos casos, no únicamente en pacientes con cáncer, el único remedio efectivo son los opioides derivados de la morfina, que, uti­lizados correctamente, son seguros y no postulan peligro de adicción. La medica­ción se administra siguiendo unas pautas establecidas, siempre en dosis bajas, para mantener una mejoría continua, con los mínimos efectos secundarios.

Inyecciones: Algunos remedios son más efectivos si se inyectan cerca del lugar que genera el dolor o de los nervios.

Estimulación eléctrica: La sensación de dolor en ciertas áreas puede reducirse con el uso de electrodos que disparan impulsos eléctricos. Algunos aparatos estimuladores se aplican sobre la piel, aunque otros más sofisticados se ubican en los nervios, la médula espinal o el cerebro. “Se satura de información el sistema nervioso, para que el cerebro deje de percibir el dolor”, explica el doctor Vivé. Estas técnicas más invasivas son viables solo si otros métodos más simples han fallado.

Bloqueo nervioso: A veces, la mejor fór­mula para aplacar el dolor es “bloquear los nervios” que lo despiertan. Esta interrup­ción puede realizarse con sustancias quí­micas, frío o calor.

Neuromodulación: Es otro tratamiento estrella. Consiste en implantar en el cuerpo una “bomba de infusión” de fár­macos que estimulan el sistema nervioso. “Influimos en la percepción del cerebro sobre el dolor. Es como un marcapasos, que puede regularse externamente y ser manejado por el paciente”, describe Vivé.

Tratamiento analgésico mínimamente invasivo: Es una de las principales nove­dades y, según Bernich: “Permite muchas veces evitar una cirugía, ya que se realizan técnicas a través de punciones, de forma ambulatoria, con excelentes resultados”. A la vez, existen opciones complementa­rias, como la quiropraxia, la osteopatía, la acupuntura, la fisiokinesioterapia, los pro­gramas de reeducación postural global, el yoga y la natación. El Servicio de Dolor de la Fundación FLENI, por ejemplo, impul­sa programas interdisciplinarios, donde los pacientes asisten a un lugar en el que se combinan técnicas físicas, psicológicas y de relajación, manejo del estrés, programas nutricionales, terapia ocupacional con reeducación de las actividades laborales y de la vida diaria. “Son programas educativos y terapéuticos, que han demostrado ser muy efectivos”, resalta el doctor Salvat.

El apoyo psicológico es tan importante como el tratamiento físico. La persona debe aprender a convivir con el estigma del dolor y la incomprensión. “Como el dolor es imposible de medir, muchas veces genera confusiones, que sumergen al paciente en una tristeza inmensa, cuando no depresión”, advierte Bernich.

En este sentido, existen terapias específicas que ayudan a controlar el dolor con la mente, como la terapia cognitiva, la hipnosis o el EMDR (Movimientos Oculares de Desensibilización y Reprocesamiento, un método psicológico para tratar dificultades emocionales). El mindfulness, o terapia de “atención plena”, es otra alternativa válida, que complementa a las demás técnicas convencionales. Apunta a abrazar el dolor de modo consciente, para después controlarlo con la mente. Esta técnica se popularizó entre los pacientes con dolor crónico, ya que se ha demostrado que cuando la mente lo rechaza, este se potencia.


Volver a empezar

María Isabel probó con una decena de tratamientos hasta dar con el indicado. Llegó un punto en el que los fármacos se volvieron sus compañeros de ruta, pero ni ellos la salvaban del sufrimiento. “Hice terapia porque enloquecía, no quería vivir más”, confiesa. Se aferró a su hijo y a su pareja para seguir adelante, y lo logró. En marzo de 2010, los médicos le implanta­ron un neuroestimulador que puso fin al dolor. “Está programado automáticamente para prenderse y apagarse, pero tengo un control remoto por si necesito encenderlo. Vi­sito con regularidad al experto en dolor y a una técnica que controla el funcionamiento del aparato. Después de la operación, tardé en creer que no tenía más dolor. Me cambió el ánimo y la manera de ver la vida. Ahora, celebro todos los días la posibilidad de hacer las cosas más sencillas, como llevar a mi hijo al colegio, cocinar y trabajar”, reconoce.

Todo es nuevo y motivo de alegría para María Isabel, que hizo un gran esfuerzo para comprar el neuroestimulador, no cu­bierto por la prepaga. “Quien no tiene dolor no entiende o no te cree, porque no lo pasó”, concluye María Isabel. Como dijo una vez el célebre doctor René Leriche: “El dolor que mejor se soporta es el dolor ajeno”.


Entre los Derechos Humanos

“Buscamos que se reconozca el tratamiento del dolor como un derecho esencial, que se incluya en la Declaración de los Derechos Humanos”, declara el doctor Jorge Vivé, presidente de la Asociación Argentina para el Estudio del Dolor. En línea con la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP por su sigla en inglés), este organismo lucha para que las terapias existentes contra el dolor no sean privilegio de algunos, sino derechos fundamentales de cualquier persona. Vivir con dolor no es solo una de las grandes injusticias en nuestro mundo, sino causa de desesperación. La meta de esta iniciativa es, sobre todo, traer alivio y abolir la idea de la eutanasia como una medida drástica de cortar el sufrimiento.



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