Para los que están, para los que se
fueron, para los que regresaron, para los que se fueron y ya no pudieron
regresar; para los que murieron antes de concretar sus sueños, para los que lo
logaron, para los que lo intentaron y no pudieron; para los que son felices,
para lo que lo fueron y ya no lo son, para los que esperan serlo; para los
niños, los jóvenes, los adultos, los ancianos; para los que llevan grabados en
el alma (y los recuerdan con cariño) sus años de estudio en las escuelas de las
colonias, para los que los olvidaron y los desean recordar. Para todos ellos
está página…
Mi primer amor
Risas y llantos. Alegrías y tristezas. Arrullos del alma que acunan el recuerdo de mis años de estudiante. Un pupitre de tercer grado y dos iniciales grabadas: el primer amor. El primer suspiro, la primera lágrima y una espera interminable de algo que todavía no sabemos qué es.
Los años pasaron. Transcurrió la vida. Soñamos. Trabajamos. Concretamos proyectos. Vivimos. Y hoy recordamos. No importan las distancias en tiempo, no importan los otros amores que llegaron después, quizás más importante y trascendentes, las dos iniciales en el pupitre seguramente perduran en algún lugar como en mi memoria, de manera perenne y sagrado.
Y ella, hoy mujer, nunca sabrá que un día la amé como sólo puede amar un niño de 8 años.
Las docentes
En cada ex alumno sobrevive la imagen de una docente que nos guía en la vida y un cúmulo de remembranzas que nos dejó nuestro paso por la escuela. La docente nos ilumina el alma, y en momentos difíciles, todavía nos aconseja, con aquellos ejemplos y consejos que nos dio cuando éramos sus alumnos. Y las remembranzas brillan en nuestra memoria como un tesoro que nunca
dejaremos en el olvido, porque forman parte de lo más
importante que vivimos en nuestra humilde niñez de niños de la colonia. Porque
la escuela fue nuestro hogar, nos instruyó pero también nos educó y nos formó
como seres humanos. Nunca olvidemos esto. Y nunca olvidemos todo lo que le
debemos a las docentes que tuvimos durante nuestro paso por la Escuela
Parroquial.Risas y llantos. Alegrías y tristezas. Arrullos del alma que acunan el recuerdo de mis años de estudiante. Un pupitre de tercer grado y dos iniciales grabadas: el primer amor. El primer suspiro, la primera lágrima y una espera interminable de algo que todavía no sabemos qué es.
Los años pasaron. Transcurrió la vida. Soñamos. Trabajamos. Concretamos proyectos. Vivimos. Y hoy recordamos. No importan las distancias en tiempo, no importan los otros amores que llegaron después, quizás más importante y trascendentes, las dos iniciales en el pupitre seguramente perduran en algún lugar como en mi memoria, de manera perenne y sagrado.
Y ella, hoy mujer, nunca sabrá que un día la amé como sólo puede amar un niño de 8 años.
Las docentes
En cada ex alumno sobrevive la imagen de una docente que nos guía en la vida y un cúmulo de remembranzas que nos dejó nuestro paso por la escuela. La docente nos ilumina el alma, y en momentos difíciles, todavía nos aconseja, con aquellos ejemplos y consejos que nos dio cuando éramos sus alumnos. Y las remembranzas brillan en nuestra memoria como un tesoro que nunca
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