En el mundo conviven cosas agradables,
seductoras, con el dolor, la angustia, la desesperación; y casi podría decirse
que unas no podrían vivir sin las otras: todo eso lo sé porque percibo, claro,
y a veces porque trato de mirar.
Para lo que no encuentro muchas explicaciones
es para el aburrimiento -y el aburrimiento existe y está seguramente en quien
tiene los ojos, los oídos, el olfato y el tacto dormidos, ya que los paisajes
pueden aparecer y los objetos ser observados con cualquiera o con cada uno de
nuestros sentidos.
Cuando era chico mi madre me fascinaba con un
versito que terminaba así: “Cuando la vista se acorta/ es cuando se empieza a
ver”.
Dije que no entendía el aburrimiento, y me fui por
las ramas, Sí, me fui por las ramas. Porque lo
que quería decir es que quien mira, ve, observa, no puede jamás aburrirse en el
mundo.
Para la filosofía oriental, el célebre
“Despertar” no es un momento en que el mundo se convierte en milagroso y caen
flores del cielo y uno las ve; el verdadero despertar es empezar a comprobar
que el mundo es efectivamente un milagro -para cualquier camino de búsqueda,
incluido el de los que no creen en nada.
Para abrir los regalos que la vida nos dio
cuando nacimos, considero que basta observar y, observando, olvidar la manía de
clasificar como quien deshoja margaritas: me gusta, no me gusta, e inaugurar el
hábito de develar: ¿qué tienen para decirme esta fruta, este cielo, esta invención
científica, este error de la gente? ¿Por qué me deslumbra el anochecer en el
río, con la luna reflejándose? ¿Porque es bello? ¿Y qué es lo bello, lo bueno,
lo malo, lo feo, lo liviano, lo grotesco de los objetos? Llevamos incorporada
una máquina de percibir que es como un calidoscopio no sólo de colores y formas
sino de perfumes, de sensaciones táctiles y gustativas.
Observar no se aprende en rápidos resúmenes o
manuales. A lo sumo se aprende a mirar, pero mirar no es lo mismo que observar.
Héctor Maier Schwerdt
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