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viernes, 8 de febrero de 2013

Me caigo y me levanto... (2ª Parte)





La resiliencia es la capacidad para sobreponerse a un dolor profundo, un trauma, una enfermedad o una pérdida irreparable. Ahora, ¿todos podemos resurgir de entre las cenizas? Consejos y casos para inspirarse, mantenerse en pie… y salir adelante.


Dolores ¿necesarios?

Recién en 1995, David rompió un silencio de cincuenta años y se animó a contar que fue un sobreviviente del Holocausto. Por esos giros inexplicables, pero sobre todo por su admirable espíritu interno, David –que hoy araña los noventa años– puede detallar en las charlas que ofrece en universidades, colegios, iglesias y legislaturas argentinas cómo de la comodidad de la isla de Rodas (Grecia) pasó al horroroso campo de concentración de Auschwitz (en Polonia). En vez de ser seleccionado para ir a la cámara de gas, los soldados lo eligieron para trabajar. Pasó hambre, humillaciones y más de una vez tuvo que resistir un maltrato bestial... 

La liberación lo encontró con tan solo treinta y ocho kilos. Ya saludable, emigró a la Argentina, donde lo esperaba uno de sus hermanos. “Y di vuelta la hoja, no quise saber más nada de lo que me había pasado”, le reveló a Gorenstein. Pero la película La lista de Schindler lo estimuló a querer compartir sus vivencias con los más jóvenes, con un solo propósito: que aquel infierno atroz no vuelva a suceder jamás...

“A veces, necesitamos de experiencias extremadamente dolorosas para conocernos mejor, poner a prueba la eficacia de nuestras distintas tácticas y tener conciencia de la energía que poseemos en nuestro interior. Hay que encariñarse con el concepto de que los cambios y el dolor son aspectos inherentes a la vida, para así tomar las crisis como algo natural y superable. Eso proveerá resiliencia”, afirma la licenciada Vanessa Narváez Peralta, psicóloga en el Servicio de Psiquiatría-Psicología del Hospital Universitario Mútua de Terrassa?(en Barcelona, España). En la misma línea, Gorenstein agrega: “El dolor no se borra nunca, pero uno puede emerger robustecido de él, con más confianza, seguridad y bienestar. Lo bueno es que muchos hombres y mujeres que atravesaron escollos, desean transmitir sus sensaciones para reavivar en otros el salir adelante, pese a todo lo vivido”. 

“El dolor no se borra nunca, pero uno puede emerger robustecido de él, con más confianza, seguridad y bienestar. Lo bueno es que muchas personas desean transmitir sus sensaciones para reavivar en otros el salir adelante”. Alejandro Gorenstein.


Para Fernández Toribio, las habilidades que  uno pone en acción se convierten en capacidades. Es decir que cuando un recurso humano se pone en marcha, se torna una herramienta que influye en la conducta, lo que genera resultados. “El despertar de la resiliencia está vinculado a continentes afectivos provenientes de los primeros modeladores de nuestra personalidad, como son los padres. El haber sido criado con amor, comprensión y adultez suscita una base emocional, amplia y flexible, a través de la cual registraremos la realidad que debamos intervenir con un elevado umbral de tolerancia a la frustración. Esto nos hará no solo controlar la situación, sino tener una estrategia conductual que nos posibilite reaccionar y trascender aquello que nos aqueja. Por otro lado, cuando no se facilita desde el ambiente familiar la formación afectiva y cognitiva, al hecho traumático le sumamos lecturas de la misma índole. Lo que equivale, entonces, a dos inconvenientes: lo que se deba resolver y la forma de pensar, sin dejar chance a que surja la resiliencia”, subraya la licenciada Fernández Toribio...

Solos y acompañados

Son varias las actitudes que pueden ayudar a aumentar la resiliencia. Es importante atender nuestros sentimientos y necesidades, respetarnos y aceptarnos como somos, tener relaciones afectivas de calidad, trazar objetivos realistas, y detectar y valorar pequeños instantes o pensamientos cotidianos que otorguen tranquilidad o ilusión... 

Según Narváez Peralta, un resiliente confía en sí mismo, en su entorno y en el futuro. Y consigue establecer una distancia física y emocional respecto a las dificultades, evitando identificarse por completo con ellas. “El gusto por tener desafíos asequibles es otra de las características de los resilientes, que conciben el éxito y el fracaso como ocasiones para aprender y progresar. Son muy introspectivos –conversan honestamente con ellos mismos–, son imaginativos para hallar soluciones y son abiertos a nuevas ideas”, advierte la especialista... 

Salir solo de un suceso dramático es complicado. Por ese motivo, una vez reconocido el problema, es de suma utilidad plantearse metas (como Isabel Yaconis), además de no encerrarse en sí mismo, sino rodearse de quienes puedan allanar el camino en esto de levantarse y seguir caminando. Siempre puede tender un lazo un terapeuta, un familiar cercano, un amigo, una pareja o un vecino. “El neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik jerarquiza el valor fundamental de los vínculos y lo explicita con la noción de ‘tutor de resiliencia’, al que define como ‘una persona, un lugar, un acontecimiento o una obra de arte que incita un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma’”, especifica Gorenstein. “Otro punto que vale la pena mencionar es la participación de estas personas en grupos de pares, lo que les permite recuperarse ya no en soledad, sino junto a la presencia de ese otro que pasó por una circunstancia similar. Cuanto más homogéneo es el grupo, más se fortifica el efecto transformador”.

“Todas nuestras fortalezas son el fruto de la superación de nuestras vulnerabilidades internas. Las diversas pruebas que se presentan nos dejan legados traducidos en nuevos aprendizajes”. M. Silvina?Fernández?Toribio.

Para concluir, la historia de Gabriela. “Un ejemplo de lucha, de persistencia y de amor a la vida”, expresa Gorenstein de esta mujer que, al pisar las cuatro décadas, ya padeció tres veces de cáncer de mama. No solo eso: a su hermana mayor, quien siempre fue su sostén, también le diagnosticaron un nódulo mamario que terminó, más tarde, en metástasis en la piel y en su fallecimiento. Gabriela no solo se curó, sino que se hizo cargo de su sobrina, con quien convive en la actualidad. “La quimioterapia te cambia todo. Pasás de ser alguien que controla su cuerpo a perder el pelo, a verte fea y abatida. Pero yo tenía mucha fe porque sabía que eso era lo que me iba a sanar”, desliza quien tiene como lema: “A la vida hay que disfrutarla como si uno estuviera de vacaciones”. Y si ella se lo toma así, ¿quién se atreve a decir lo contrario?

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