La resiliencia es la capacidad para sobreponerse a
un dolor profundo, un trauma, una enfermedad o una pérdida irreparable. Ahora,
¿todos podemos resurgir de entre las cenizas? Consejos y casos para inspirarse,
mantenerse en pie… y salir adelante.
Isabel Yaconis. 60 años. Madre de Lucila, una
quinceañera que fue asesinada el 21 de abril de 2003 en un intento de
violación, en un paso a nivel del barrio porteño de Núñez, a metros de su casa.
El crimen sigue impune. Pero ella se sostiene en una frase: “Si querés que a tu
hijo se lo recuerde, la única forma de honrar la memoria es con la acción”. Y
vaya si se arremangó y puso manos a la obra: en el último tiempo, pasó la mayor
parte de sus horas en fiscalías, comisarías y medios de comunicación. Y, junto
a Juan Carr, formó “Madres del Dolor”, una ONG que asiste y contiene a víctimas
y familiares de hechos de violencia. “Le agradezco a Dios haberme brindado el
razonamiento. La mejor forma de cuidar a mi marido y a mi hija Analía es
estando yo de pie”, confesó en Resiliencia: vidas que enseñan, el libro de
Alejandro Gorenstein.
Vaya si Isabel es un claro ejemplo de esa capacidad
del ser humano para afrontar los obstáculos de la vida, sobreponerse a ellos… y
salir reanimado. “Todas nuestras fortalezas son el fruto de la superación de
nuestras vulnerabilidades internas. Las diversas pruebas que se presentan nos
dejan legados traducidos en nuevos aprendizajes”, opina la licenciada María
Silvina Fernández Toribio, psicóloga del Servicio Penitenciario de Río Negro y
del Centro Terapéutico Roca (en la misma provincia).
Y añade: “La resiliencia confronta y trasciende
momentos de gran tensión, interviniendo ante la movilización emocional que
provoca una ‘tormenta’ y conduciéndonos a desarmar los ‘nudos’ que se gestan en
diferentes trayectos de nuestra existencia, para construir luego sobre ellos.
Aquellos que desarrollan resiliencia dejan a un costado las interpretaciones negativas
o traumáticas sobre la fatalidad, por una visión positiva y creativa”.
Gorenstein, quien investigó sobre el tema y recopiló alrededor de treinta casos
que llevaron la teoría a la práctica, comenta que el término proviene del latín
resilio, que tiene como significado “rebotar, volver atrás”.
“En física, es la capacidad de ciertos materiales
para recobrar su estado original después de soportar la presión que los
deformó. Si lo extrapolamos a la salud mental, esa presión puede darse ante la
muerte de seres queridos, por haberse topado con una dura enfermedad, por haber
estado privado de su libertad, o por haber sido sometido a agresiones físicas y
sexuales, entre otros traumas”, acota Gorenstein.
“A veces,
necesitamos de experiencias muy dolorosas para conocernos mejor. Hay que
encariñarse con el concepto de que los cambios y el dolor son aspectos
inherentes a la vida, para así tomar las crisis como algo natural y superable.
Eso proveerá resiliencia”. Vanessa Narváez Peralta.
Todos somos potencialmente resilientes. No es una
condición innata, sino que es un estilo de reflexionar y proceder que debe
moldearse día a día, desde edades muy tempranas si es posible. “No se nace con
estrella o estrellado. No se nace con o sin resiliencia, ya que esto no tiene
que ver con el ‘ser’, sino con el ‘hacer’ que genera el ‘ser’. Eric Berne,
médico psiquiatra de la década del cuarenta, creador del análisis transaccional
integrado, decía que el 80% de las personas tienen el poder para ser feliz. Por
eso, debemos buscar las fuerzas para resurgir cada vez que la situación lo
requiera. Ahora bien, la mayoría de nosotros podemos ser resilientes, pero la
cuestión es para qué serlo”, dice Fernández Toribio y prosigue: “Hay quienes
prefieren quedarse estancados, porque su goce radica en el falso rol de la
victimización, que consiste en alimentar los miedos, las tristezas y el
resentimiento que producen la insatisfacción y los abandonos. En más de una
ocasión pregunté a este tipo de personas si aspiran a mejorar, pero, pese a
contestar afirmativamente, su accionar ronda en la mediocridad de azuzar la
queja, en proyectar culpas a terceros y en la esclavitud de continuar
dependiendo de los juicios ajenos. Hay que trabajar para alcanzar la felicidad.
Cada uno es dueño de su destino y, como tal, debe comprometerse y
responsabilizarse en función de lo que tiene o no que hacer. Hay que escapar de
la argumentación innecesaria que mantiene los hábitos disfuncionales y
motivarse para concretar metas”.
(Continuará)
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