Los tiempos cambian y todo va corriendo detrás de la “modernidad”. Los hábitos cambian, el vestuario, y fundamentalmente la forma de vida.
Hace unas cuantas décadas atrás, la vida era más
tranquila. Sin los apuros económicos que causa la necesidad de obtener los
objetos de última generación (auto con GPS, heladeras con frízer, aire
acondicionado, televisores 3D y tantas otras cosas) hasta parecía que los
relojes “caminaban” más despacio.
Siempre había tiempo para todo, para el saludo cordial
entre vecinos, para el vermut al mediodía y los copetines a la noche. Para
sentarse en los bancos de la vereda a la tardecita mientras se gozaba del
fresco vespertino, en fín, como dicen los chicos ahora “algo más tranqui”.
Las reuniones en los cafés estaban de moda y
precisamente en esos lugares era donde, entre hesperidinas, cinzanos y gancias,
los “Bon vivant”, de esos que existieron en todos los pueblos de nuestra
provincia pergeñaban bromas, algunas realmente jocosas y otras más bien
peligrosas y que luego era comentario de toda la sociedad: “¿Te enteraste lo
que le hicieron a Fulanito?... Pero dentro de todo, se caminaba dentro de los “carriles normales”.
Contaba mi abuela, que allá por la década del 20 llegó a
Chascomús u Comisario nuevo a hacerse cargo de la Comisaría del pueblo. Venía
con antecedentes de bravo y firme, de aquellos que hacían cumplir la ley y el
orden a toda costa y para colmo se acercaba la fecha de los corsos, época en la
que este tipo de bromas arreciaban por doquier.
Decía mi abuela que había un viejo paisano que en los
boliches de las orillas solía armar algunas reyertas, no por malo, simplemente
por mal arriado, siempre andaba a caballo y el comisario al interiorizarlo de
la población se lo mencionaron. Su apellido era Mellado y de inmediato lo llamó
para ponerle los puntos. A la tardecita se acerca este paisano a la comisaría y
sin desmontar pregunta al policía de custodia en la puerta: “Llamame al
comisario”.
Pronto en la puerta de la comisaría apareció el
nombrado, y Mellado lo increpa: “¿Me mandó llamar?” y allí mismo comenzaron a
“medirse”, como se dice en la jerga del caso. El policía lo miró fijo, sacó
pecho y colocándose las manos en la cintura dijo: “¿Y vos como te llamás?”.
Mellado pensó unos instantes y sopesó una salida elegante, su nombre lo tenía
que decir, pero de alguna manera como para no quedar desairado y como temeroso
ante gente que era testigo de esta conversación y con voz fuerte y potente
contestó: “¡No te voy a decir que soy Mellado, porque según veo, vos me querés
sacar filo!”.
En fin, que sirva esta anécdota para saber de los
personajes de quien hablamos.
Pero volvamos a los “bon vivant” y a los primeros bailes sabatinos que anunciaban la llegada de los carnavales, estos “chicos bien”, eran asiduos concurrentes y a la madrugada con algunas copas de más solían recorrer las calles de la ciudad, abrazados y cantando. El nuevo comisario decidió que se los detuviera por ebriedad y así, vestidos de camisas de cuello duro y traje, los muñía de palas, rastrillos y azadas y los ponía a arreglar y cortar el pasto de la vereda de la comisaría justo a las 10 del domingo cuando pasaban los feligreses a la misa parroquial para que todo el mundo los viera.
Pero volvamos a los “bon vivant” y a los primeros bailes sabatinos que anunciaban la llegada de los carnavales, estos “chicos bien”, eran asiduos concurrentes y a la madrugada con algunas copas de más solían recorrer las calles de la ciudad, abrazados y cantando. El nuevo comisario decidió que se los detuviera por ebriedad y así, vestidos de camisas de cuello duro y traje, los muñía de palas, rastrillos y azadas y los ponía a arreglar y cortar el pasto de la vereda de la comisaría justo a las 10 del domingo cuando pasaban los feligreses a la misa parroquial para que todo el mundo los viera.
Unos días antes de la llegada del corso, el comisario
publica en los diarios una serie de disposiciones para reglamentar,
fundamentalmente a las mascaritas. Entre las más destacadas estaban la
prohibición de que varones usaran ropas femeninas y de que no se aceptaría
ningún disfraz que lesionara la moral pública.
Esto fue el comentario en las mesas de tertulia y los
“chicos bien” comenzaron a pensar cómo superar este escollo sin tener ningún
problema con la autoridad, pero había que prepararlo muy bien e
inteligentemente.
Se tiraron en la mesa varias ideas y de pronto dos de
ellos, tengo sus nombres y apellidos pero me los voy a reservar pues hay
familiares de ellos viviendo entre nosotros, apostaron una cena “ensillada”, es
decir con todo para los presentes si ellos dos pasaban la prueba. El convite
fue aceptado de inmediato.
Llegada la primera noche de corsos, aparecieron estos
dos audaces, uno iba vestido con un overol, sombrero de paja y llevando dos
palas usadas sobre un hombro y otras dos nuevitas sobre el otro.
El segundo se había disfrazado de carnicero con dos
palos, uno donde colgaban unos chorizos secos y del otro una ristra de chorizos
frescos. Entraron en el corso como si no se conocieran, más, como si no fueran
juntos, bordeando ambos cordones de la vereda. Entonces comenzaron a vocear la
mercadería que tenían para vender…de un lado uno gritaba:” ¡Palas viejas!” y el
otro de enfrente: “¡Chorizos secos!”…El otro agregaba” ¡Palas nuevas!” y de
enfrente se escuchaba: “¡Chorizos frescos!” y así recorrieron todo el trayecto
trayendo el asombro de los presentes.
De más está decir que
no se pudo con ellos en este derroche de imaginación y creatividad y que,
además ganaron la cenaJosé Anselmo Neiffert- Roth
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