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jueves, 2 de febrero de 2012

5ª parte de las Memorias de Emilie Pelzl de Schindler… La otra cara de la lista de Schindler...

“Quién salva una vida ha salvado al mundo”


“Poco a poco, la fábrica fue creciendo y los obreros llegaron a más de 1.200 distribuidos en seis barracones. Mientras el gueto de Cracovia llegaba a su fin y sus últimos judíos eran exterminados en los campos de concentración vecinos, en la fábrica vivían más de mil en condiciones humanas: con médicos, enfermería, alimentos comprados en el mercado negro, sin perros ni palizas. 

Las argumentaciones que hicieron que Oskar creara este subcampo tenían que ver con la producción, con la necesidad de tener a esos obreros especializados judíos por poco dinero en industrias estratégicas. Oskar garantizaba la permanencia del campo con regalos constantes, alianzas, pactos y mucho coñac. Pero los rusos siguieron avanzando y, dada la situación bélica, el director de Armamentos mandó un día una carta en la que anunciaba que el campo iba a ser clausurado.


Hacía tiempo que yo me había mudado al departamento de Cracovia. En lugar de darme rabia me daban pena esas chicas a las que Oskar seducía con su poder; él las usaba y luego las dejaba. Eso fui viendo con casi todas ellas a lo largo de los años en los que estuve a su lado.

De Cracovia, la fábrica fue trasladada a Brinnlitz, un pueblito de Moravia que Oskar y yo conocíamos de la infancia. Oskar pagó a la Comisión de Evacuación de Cracovia para que apuraran los permisos de traslado de las maquinarias. Yo viajé en tren; simplemente hice las valijas y viajé. No tenía demasiadas cosas: mi ropa y algunos objetos personales. 

A medida que la guerra seguía las cosas refinadas o los artículos de lujo parecían de más, no se podían usar en medio de tanta muerte, de tanto hambre, de tanto horror. Hasta el coche Mercedes Benz y el Horch quedaron en el garaje por mucho tiempo.

Brinnlitz duró de septiembre del ’44 a mayo del ’45. La situación desde el punto de vista industrial era descabellada, no había ni punto de comparación entre lo que la fábrica producía en Cracovia y lo poco y mal que produjo una vez trasladada; pero por sobre todas las cosas, había que sobrevivir y evitar que mataran a más de 1.300 judíos obreros y nos juzgaran por traidores.

Igualmente fue arrestado y esta vez fue más difícil su liberación, tardó más de ocho días en volver.
Un grupo de mujeres se había perdido en el traslado; por error habían sido enviadas a Auschwitz. Oskar envió allí a un ingeniero con una maleta llena de provisiones y diamantes. Los diamantes se quedaron, pero las mujeres no volvieron. 

Tuvo otra idea más efectiva, conocía perfectamente la mentalidad de los SS; después de haber compartido con ellos fiestas y alcohol. Envió para la misión a una mujer rubia, muy bonita, sin diamantes, pero con la mente bien clara como para negociar lo que fuere. 


Volvió a los pocos días con las trescientas mujeres. Era la hija de un fabricante, una chica de vida muy especial de alta sociedad; su nombre como el de tantos otros prefiero callarlo. Gracias a ello se salvaron esas mujeres que llegaron esqueléticas. Muchos dicen que mejoraron pronto porque yo misma les daba sopa de sémola en la boca y les hacía tomar los remedios. 

Yo colaboré en tareas samaritanas y, a veces, fui casi enfermera, pero no fue mi rol principal  en Brinnlitz. Yo casi no tenía tiempo para eso porque negociaba con mucha gente para conseguir comida para los prisioneros. Si no lo hubiera hecho habrían muerto todos de hambre y de tifus. El tifus se propagaba por las picaduras de los piojos. Teníamos una lavandería para hervir la ropa a más de 120 grados, era la única forma de matar los piojos y evitar la peste. El tifus hubiera sido causa suficiente para cerrar Brinnlitz. 

Yo hacía los contactos como podía. Camino debajo de la fábrica había un molino, era de la Sra. Daubek, una mujer muy fina con la que tomé varias veces el té y que me proporcionó granos. Uno de los judíos, Bejski, falsificó sellos de goma que sirvieron como pases para que los camiones circularan por las rutas con su cargamento de pan, harina, telas, gasolina o cigarrillos. El veterinario de la zona me daba los animales que tenía que sacrificar. Botellas de vodka que había traído desde Cracovia me sirvieron para conseguir los medicamentos. Oskar obtuvo mil kilos de pan con diamantes, pero yo jamás llevé diamantes, a mí me conocían, hacía buenas alianzas o simplemente trueque.

También conseguimos enterrar a los muertos en el campo durante la noche. Yo no quería que los quemaran en el horno de la fábrica, y el intendente de Brinnlitz aceptó porque era un poco más humano que el resto. Oskar había comprado armas para los prisioneros, carabinas, ametralladoras, granadas de mano. Hubo también salvamentos asombrosos.

(Continuará)

Emilie y Oskar Schindler en Polonia. En poco tiempo ambos se convertirían en los salvadores de 1387 judíos. Una historia de película

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