Con motivo de mis dos enfermedades, que conllevo con serenidad, quisiera hoy elevar mi profunda agradecimiento y reconocimiento a los familiares y amigos y demás personas que, de una u otra forma me ayudaron; son seres que merced a la nobleza de su corazón “transformaron la calidad de una vida”. Tales “personas dignas” son considerables. Entre ellos están incluidos las incontables gentes buenas que silenciosamente y sin darse cuenta afectan la vida de quienes están con ellas, sin ganar alabanzas ni esperarla…
En este trance he conocido en una u otra ocasión a esas personas –familiares, amigos o conocidos nomás también a personas que antes eran totalmente desconocidos- que nos han transformado la calidad de vida. Entraron en mí morada en una hora sombría, o simplemente se acercaron en ese momento que estuvimos abatidos. Sus palabras, sus muestras de amistad, de cariño, sus gestos, sus mensajes de texto, sus llamadas telefónicas, ha sido para mi espíritu como un bálsamo, como si una resplandeciente bondad emanara de ellas y donde había oscuridad, ahora hay un principio de luz; donde había desaliento, hay valor; donde había indiferencia hay amor por la vida.
Estos familiares y amigos... estos maravillosos seres destacados que se encuentran a tu lado, todos esos seres humildes y ajenos al don que poseen, llevan consigo la bondad y la generosidad de su existencia. Esos, me parecen a mí, son los grandes “nobles amigos” porque practican la más noble de las virtudes “la virtud de la solidaridad por la solidaridad misma”.
Hay circunstancias en la vida en que el destino nos pone frente a hechos que son difíciles de asumir...
Momentos en que Dios nos pone a prueba y en que es necesario refugiarse en sus brazos e implorar su auxilio. Instantes en que la aflicción se instala en nuestras vidas y en que es menester luchar contra imponderables y hacernos de enorme fuerza de voluntad y coraje para no claudicar y seguir siempre seguir hasta el final. Y es en esos momentos delicados cuando se valoran los gestos y las preocupaciones de quienes se acercan a compartir nuestra angustia ofreciéndonos su colaboración o simplemente preocupándose por nosotros, alentándonos, dándonos fuerza... para continuar y no desfallecer.
Gracias... ¡Qué Dios los ilumine! ¡Gracias por existir y gracias a Dios por haberlos puesto en mi camino!
Héctor Maier Schwerdt
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