Vivir es estar esperando algo, porque la vida es siempre posibilidad de un encuentro o de un acontecimiento. La actitud esperanzada es una postura que define al hombre: el ser de la esperanza. Cuando un hombre pierde la esperanza de alcanzar lo que desea, inmediatamente comienza a desear otra cosa. El ser humano es un ser esperanzado: que la salud mejore, que la operación salga bien, que la situación económica prospere, etc. etc. El hombre espera hasta el último instante de su vida. Aún en el lecho de muerte sigue esperando la salud, el bienestar, la paz, o la compañía de un ser querido. Y espera incluso allí donde las apariencias o ciertos razonamientos le demuestran que la esperanza es vana e ilusoria. Vivir es esperar porque no podríamos seguir viviendo sin creer en el mañana, sin mantener la confianza, sostener la ilusión y anticiparnos gozosamente al futuro soñado.
Hacer posible lo que se espera...
Esperar es también una actividad, porque a hacer realidad lo
que esperamos dirige nuestro accionar. Esperando, el hombre se desvive por hacer
posible el objeto de su deseo. Porque el que espera algo no puede permanecer en
actitud pasiva simplemente aguardando que quizás sobrevenga lo que desea, sin
proponerse intervenir en el fluir de los acontecimientos. Pero no es lo mismo esperar una respuesta, un llamado
telefónico, la conversación de un ser querido, o un mundo mejor para nuestros
hijos. Ni es lo mismo esperar apostando a la fuerza incontenible del amor, que
ser iluso y albergar vanas esperanzas. Nuestra actitud ante lo que deseamos que
acontezca no puede ser la de aquellos que dicen: -Algo tiene que pasar porque
las cosas no pueden seguir como están, pero yo no voy a intervenir porque lo
que yo haga nada va a cambiar-. Es una equivocación pensar que debemos “esperar
sentados” a ver que pasa, en actitud inerte y sumisa. Cuando lo que esperamos
tiene su fundamento en los verdaderos valores de la vida, ella se hace de
verdad esperanza y se convierte en un hacer promisorio que vislumbra una meta
al final del camino.
“El que espera, desespera”
dice el refrán, porque es verdad que en muchos casos hay que
armarse de paciencia y dejar que el tiempo transcurra. Pero más aún “dejar de
esperar es desesperar”, porque esto significa perderse en un accionar que se
torna vano y estéril. Pero el hombre puede sostenerse en la espera y saborear
anticipadamente su don, lo cual sucede cuando la ilusión de creer surge de la
inmensidad de su corazón, que en cada latido expresa fe y esperanza.
“Cuando un hombre sabe adonde va, el mundo se aparta para dejarlo
pasar”...
Muchas personas tienen la convicción de que
una de las principales causas del fracaso, la desdicha y la tensión nerviosa,
es la incapacidad de tomar una decisión concreta. La capacidad para tomar
decisiones nos infunde confianza, libera energías y hace que los demás nos
respeten. No es indispensable que todas nuestras decisiones sean acertadas;
hasta los más inteligentes cometerán errores. Pero quien desea tener éxito debe
estar dispuesto a tomar decisiones, a arriesgarse y seguir adelante.
Así debe ser con la honradez...
Una
persona debe decidir de una vez por todas si verdaderamente va a ser honrada. A
partir de ese momento la tentación de no serlo o de mentir ya no le afecta.
Muchos asuntos pueden resolverse por medio de una decisión única. Quien
desea tener éxito debe aprender a creer, porque el aprendizaje es
indispensable. También tuvimos que aprender a andar; al principio nos caímos
muchas veces, pero podemos andar hoy porque continuamos ensayando después de
cada caída.
Hay algunos medios simples...
que pueden
guiarnos para adquirir el tremendo poder de la esperanza. No es fácil aprender
a creer en el mañana, más si uno está enfermo, más a medida que pasa el tiempo,
advertimos como la magia de la fe obras maravillosas transformaciones en
nuestra vida.
Héctor Maier Schwerdt
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