La leyenda de los cowboys norteamericanos recorre casi toda la historia del siglo XIX y está suficientemente instalada en la imaginación popular, desde Tex Ritter hasta el Llanero Solitario, desde Río Bravo hasta los 7 Magníficos. Siendo el reflejo de una época en que el blanco le iba ganando terreno al indio de acuerdo con programas y estrategias venidos de un mundo tan plural como era la composición y origen de su gente: ingleses, alemanes, franceses, holandeses, etc.
Pero lo que es poco conocido es que entre estos valerosos cowboys había algunos alemanes del Volga, que arribaron a esas tierras en el año 1874. Tal es el caso de Butch Roth (alias The Pfiefer Kid), un alemán del Volga, oriundo de la aldea Pfeifer, en el Volga, que se hizo famoso en su tiempo en Kansas, en los lares de Búfalo Bill...
En 1862, el gobierno estadounidense entregaba sesenta y cuatro hectáreas a todo inmigrante que se aviniera a colonizar las vírgenes e indómitas tierras del Oeste, y las compañías de ferrocarril, a las que el gobierno había concedido inmensas tierras, se apresuraban a venderlas para tener fondos disponibles y conseguir, de paso, más viajeros y clientes.
En la marcha hacía el Oeste, los aventureros y cowboys –entre los que estaba Butch Roth (alias The Pfiefer Kid) como asimismo otros descendientes de alemanes del Volga- fundaron algunos pueblos como puestos de avanzada: una sola calle, entre dos cortas hileras de casas de madera de un piso; el almacén de ramos generales; la oficina del sheriff; el infaltable “salón”; una mercería que hacía las veces de boutique; la placa de algún cirujano o algún dentista; un herrero.
Apenas salían de ese hábitat protegido se les aparecía la pradera, el ancho campo lleno de hierba, con vientos abrasadores en verano y tempestades de nieve en invierno, donde pacían manadas de bisontes que proporcionaban a las tribus indias carne, vestido, carpas.
Luego los rancheros advirtieron que esas hierbas podían alimentar también vacas y toros. Mientras tanto los colonos descubrían que ciertos cereales brotaban en aquel reino del ganado, y que el alambre de púas permitía separar praderas de pastoreo de las tierras del cultivo. “Del suelo brotaron océanos de maíz: La reina hierba se hacía tan poderosa en el Midle West como el rey Algodón en el Sur”. Todos avanzaban por espacios libres, los ocupaban, los defendían del vecino; instalaban de noche una frontera con la secreta esperanza de levantarse al día siguiente para correrla más adelante.
Por allí medraron los cowboys de sombrero raído, pistola en el cinturón y lazo en mano... Por allí también cabalgaron, un siglo después, sus réplicas con “lifting”: Alan Ladd, James Stewart, John Wayne, etc.
El cowboy norteamericano puebla todos los rincones del siglo XIX. No es únicamente ese arriero que andaba a caballo por el campo. No es sólo el hampón profesional, el forajido, el asalariado de los poderosos o el “Robin Hood” que defiende a los pobres. Cowboys fueron, también, los buscadores de oro en California, que cuando tenían suerte eran devorados por la habilidad de los banqueros y, cuando no, morían de hambre y de frío. Y fueron asimismo los “hombres de la montaña” y hasta los pacíficos colonos que se instalaban con sus familias en granjas para olvidar un pasado de aventuras de soltero y no pocos tiros.
Pero, sobre todo, los cowboys fueron el banco de pruebas para la incipiente industria de las armas de fuego y sus prósperos fabricantes: Colt, Winchester, Smith & Wesson. La ideología en boga no difería de una campaña de marketing: “las armas son instrumentos que aseguran la vida”. O: “el arado, el hacha y el arma son los símbolos del desarrollo y crecimiento de esta nación”. Cargado de pistolas, balas y rifles, el cowboy que marchaba hacia el oeste empezó a ser considerado, paradójicamente, un colono pacificador, como Butch Roth (alias The Pfiefer Kid), y muchos otros alemanes del Volga avenidos en cowboys.
(continuará)
Epígrafes:
Foto 1: El legendario Pfiefer Kid, que hizo historia en el Oeste norteamericano; Foto 2: Una caravana de alemanes del Volga, en 1879, en Topeka; Foto 3: En estos lares de la aldea Pfeiffer, en Kansas, tuvieron lugar las andanzas de Pfeiffer Kid
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