La mirada atenta del sol me llevo a continuar mi camino, una corazonada me indicaba que detrás de esa gran curva encontraría en parte lo que buscaba. El pueblo me recibió quieto, casi adormecido. Ingrese por el camino principal todo vestido de verdes álamos. Veredas amplias, prolijamente cuidadas que enmarcaban casas bajas de aspecto colonial. Así, en ese derroche de orden, llegue a la plaza tan elegantemente orgullosa como la avenida que había dejado atrás. Detuve la marcha de mi auto frente a la Delegación Municipal. Me baje para tomar unos sorbos de la fresca mañana. Mientras consultaba mi mapa y notas, lo vi por primera vez…
Descansaba despreocupadamente sobre un banco de cemento. De porte mediano, oreja partida, pelo blanco sucio, cara de pirata y cicatrices por gran parte de su cuerpo que delataban mil combates. Su mirada insolente me observo solo una vez y luego decidió ignorarme. Pensé, este perro tiene presencia…
A un costado, sobre la calle pasaba un empleado del municipio barriendo, y como toda persona de pueblo se acerco a saludarme y preguntarme si me podía ayudar en algo. Nuestras voces en forma de palabras se transformaron en un ameno dialogo, y luego de averiguar lo que buscaba le pregunte por este particular exponente canino que seguía insolentemente sentado en el banco…
Según se – me cuenta este vocero del pueblo- su dueño era un hombre que vivía en los límites de la ley. Y un día finalmente tropezó en su andar. La policía lo detuvo por hechos delictivos reincidentes y lo condujo a la comisaría. -Una simple anécdota – le dije. Como es costumbre en los pueblos – dice mi juglar-. La mayoría de la gente se conoce más por los apodos que por los nombres reales. En este caso el detenido se llamaba Rogelio, pero era mas conocido por “Matrero”, por sus andanzas. Bueno el caso es que su fiel amigo y compañero, el perro, partió tras él y se quedó esperando en la vereda de la comisaría. Cierto día Rogelio fue trasladado al Juzgado y de allí a otro pueblo, pero claro, su fiel amigo no había recibido la notificación del “traslado” de manera que el animal siguió de huésped en esa vereda por largos días…
Los policías al ver el perro entendiendo de alguna manera que difícilmente volvería a verlo lo bautizaron como a éste: “Matrero”.
Finalmente su instinto canino lo hizo abandonar el lugar y de allí en adelante el perro se adueño del pueblo. Veredas y calles son recorridas a diario en busca de alimentos, no dejo árbol sin regar, su desnudez insolente la llevaba al viento orgulloso, hasta se diría que hacia alarde con perras de suave pelaje y vistosos collares con nombres importados de las telenovelas…
El relato continuo. “Matrero” visita la plaza, no solo para descansar. Aquí encuentra una carpa que gira sobre sí misma con animales de madera envueltos en inconfundibles risas de niños recitando siempre la misma canción infantil. Esos niños. Todos. Son sus amigos. Los que le regalan un caramelo. Los que apoyan con ternura sus manitos sobre ese pelo sucio. El se siente un niño más. Corre alrededor de la calesita. Ladra al son de las risas inocentes enredado con ellos como si ellos mismos fueran otros cachorros del mismo género. Se olvida en esos momentos que tal vez el día de hoy no comió…
Según me sigue contando con pasión, este amigo, “Matrero” tiene varios trabajos en el pueblo, a veces lo hace como custodio de obras en construcción, su olfato siempre le indica que los mediodía recibe el sobrante del asado de falda y algunas caricias de los albañiles que a esa hora hacen su descanso. Otras veces trota libre detrás del tamborileo de cascos que tiran cargados carros con basura envuelto en un baño de tierra rumbo al basural, allí lo espera seguramente algo para comer. En otras, es sólo un caminador incansable buscando en cada calle, dentro de la vieja estación, en la parada del bus un simple rostro que le recuerde a su querido Rogelio…
Me pregunto si este perro no habrá nacido para ser el alma del pueblo. Mi amigo termino el relato, nos saludamos y tomamos rumbos diferentes, pero antes mire por última vez a “Matrero”. Una “dama gentil” -como el Dante refiere a la Virgen María- me despide a la salida del pueblo. Todos mis sentidos giraban en torno a “Matrero”. Ese que no tiene dueño. Ese que es un poco de todos. Libre sin ataduras...
Es difícil describir una ausencia, solo la esencia misma de la vida impulsa a todo ser viviente a proseguir de cualquier manera con recursos recreados a raíz de las circunstancias. “Matrero”, comprendió el abc de la supervivencia encontrando casi a diario su alimento, me digo al alejarme, pero también pienso que no siempre consigue el simple secreto de la vida, que es el amor…
Con cenizas del adiós salpicadas en un cielo plomizo volví a hundirme en una interminable ruta que, solo aparentemente, se unía en un punto, allá a lo lejos, entre el horizonte y el cielo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario