Introducción “Yo no he inventado ninguna de estas oraciones. Lo único que he hecho ha sido prestar mi pluma para gritar a los demás todo lo que millares de personas reales dirían a sus semejantes, si tuvieran suficiente espacio y libertad”
Cristo, somos los periodistas…
Estas oraciones no han nacido en un escritorio, sino en la tierra real, de las experiencias más sinceras de hombres concretos, con un nombre y apellido.
Extractado de un manuscrito que los recordados ‘Monseñor Novak y el Padre Arias’ dieran a conocer en la Iglesia de la “Pompeya” en la década del setenta, con algunos que otros rebatos personales. No hay datos fehacientes si fue dicha en una homilía o fuere repartido entre los feligreses. Según comentan el padre Arias fue también un excelente periodista.
Venimos juntos a rezarte porque sabemos que a todos, sin excepción nos apedrean.
Todos nos necesitan, pero todos nos condenan. Todos nos necesitan, pero todos nos critican después. Hoy el mundo se paralizaría sin nosotros, y sin embargo todos nos echarían de buena gana a la hoguera. No venimos a ti para excusarnos de nuestras limitaciones, ni para disimular nuestros defectos. Los tenemos, sí. Y nos pesa la responsabilidad de saber que entramos cada día en todas las intimidades, que nos sentamos en todas las mesas y que una inmensa mayoría de los hombres piensa a través de nosotros
Pero también necesitamos gritar nuestra exigencia de justicia. ¿Somos peores, Señor, que quienes nos condenan? ¿qué quienes nos instrumentalizan? ¿qué quienes se quejan, de que no nos rebajemos en la dirección que ellos desearían? Muchos de los poderosos preferirían muchas veces nuestro silencio: pero nuestro deber es descubrir la noticia. Otros preferirían sólo la noticia que no quita el sueño o no turba la digestión, pero nosotros debemos hablar en nombre de los mudos, de los que carecen de libertad, de los que sufren en su carne la realidad de esa noticia que nos turba. ¿No es más doloroso sufrirla que conocerla? ¡A esto le llaman ‘sensacionalisno’. Pero podría llamarse ‘el dolor humano que desearíamos ignorar’.
Contigo Cristo nos es más fácil hablar, “porque tú fuiste el primer gran periodista de la historia”; Tú pediste un día que todos los tuyos se convirtieran en periodistas para anunciar la verdad ‘hasta desde los tejados’. Tú fuiste siempre el periodista del pueblo, de todos los que eran perseguidos por la injusticia o la tiranía. Hablaste o escribiste siempre para salvar lo que estaba perdido, para condenar a quienes en nombre de Dios o del César intentaban apropiarse del hombre y de su historia. La única vez que escribiste con tus propias manos, en la tierra fue para salvar la vida de una mujer sorprendida en adulterio. Fuiste el primer periodista censurado por tu misma iglesia, ya que esta página por mucho tiempo fue eliminado de los códices antiguos, ‘para que no diera lugar a abusos’. Tú fuiste el primer periodista escandaloso, crítico, revolucionario, inconformista, sincero. Por eso te llamaron impío, ateo, te tiraron piedras y te lincharon cuando eras aún muy joven.
Necesitabas hacer milagros para que tu noticia fuera creída. Y muchos siguieron sin creerte aún después de los milagros. Quizás esto pueda consolarnos a nosotros, modestos periodistas, que no sólo no podemos avalar con milagros nuestra noticia, sino que necesitamos un milagro para que nos perdonen cuando descubrimos un pedazo de verdad. Sobre todo si esta verdad es amarga para quienes se han apoderado de la historia y marginan a los débiles.
Sí, a Ti podemos decírtelo abiertamente, Señor: No es fácil ser periodista. No es fácil ser honrado porque necesitaríamos una dosis de heroísmo como la tuya para arriesgar continuamente nuestro pan y nuestra vida. No es fácil, porque nuestro pan y el de nuestros hijos nos lo dan precisamente quienes tienen mayor interés en que el mundo no conozca la verdad cruda de las cosas. No es fácil, porque quienes necesitan y querrían conocer toda la verdad de las cosas no pueden darnos el poder para anunciarla. No es fácil, porque si gritamos la vergüenza del mundo, somos pesimistas. Si contamos la bondad escondida de los hombres justos, somos evasivos. Si hablamos de Dios, somos beatos. Si hablamos de los hombres, somos comunistas. Si hablamos del futuro, somos progresistas. Si hablamos del pasado, somos integristas. Si hablamos del presente, somos inconscientes.
Nos exigen que seamos inmaculados, cuando conocemos perfectamente las prostituciones de tantos a quienes a veces no tenemos más remedio que incensar. Nos exigen que anunciemos la novena de Santa Rita, cuando los curas se manifiestan en la calle y el mundo se pregunta si Dios no ha muerto, por tantas calamidades que están pasando.
Se duelen cuando le suprimimos un párrafo al político, al eclesiástico que canta glorias pasadas, cuando nos falta tiempo y espacio para levantar la voz contra miserias presentes. Señor, todos nos buscan y nos necesitan: la política para afianzarse, la religión para propagarse, la industria para venderse, la ciencia para divulgarse, el arte para exhibirse, el pueblo para defenderse.
Pero todos nos maldicen y nos tiran piedras: el político cuando denunciamos su demagogia o su compromiso; el eclesiástico, su farisaísmo; el industrial, su explotación; el científico, el mal uso de su investigación; el artista, su falta de creatividad; el pueblo, cuando no tenemos el coraje de gritar con toda la fuerza que exigiría su garganta, anquilosada por su eterno mutismo.
Quizás a los periodistas nos sea más fácil rezar que a otros muchos, porque estamos más cerca de la vida con todas sus contradicciones; porque conocemos al hombre como pocos; porque masticamos cada día la urgencia de un suplemento de justicia.
Perdón, Señor, por las veces que traicionamos la verdad por cobardía o por mezquino interés. Perdón, por nuestro maridaje maldito con los fuertes, que difícilmente soportan la verdad. De una cosa no podemos arrepentirnos, porque si fuera pecado también Tú lo habrías cometido: de la irritación de los poderosos ante la noticia que pone al desnudo el juego sucio de sus inconfesables manipulaciones contra el hombre, incapaces de defenderse con sus propias fuerzas.
Que no perdamos la esperanza ni nos avergoncemos de ser la voz que grita en el desierto, porque el desierto podrá ser un día habitada por los hombres puros.
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