Municipalidad de Coronel Suarez

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lunes, 28 de octubre de 2013

Las voces del silencio... Abuelas...


Miro por la ventana... por si viene algún ser querido a visitarme. 

                                                                                                                                                           Hace mucho tiempo ya, que me dijeron, aquí estará bien, la van a cuidar, no estará sola, no le va a faltar nada, vendremos bien seguidos a verla. 
 

Pero mis hijos no saben que me falta todo lo que me daba vida, el ajetreo de la casa, mis nietos corriendo de un lado a otro, mi música, mi cama, mi entorno, mi casa. Aquí estoy bien atendida, claro está, si entre todos ponen una cuota de varios miles de pesos, para que “le cuiden a la mamá”.

De a poco me fueron dejando de lado, me llevaban la cena al dormitorio, porque si habían visitas se avergonzaban de mí... me temblaba la mano...derramaba el líquido de la cuchara. Cuando preguntaba ¿qué? al no entender lo que hablaban...-no es con usted-, me respondían y así me iban marginando de las conversaciones, creo que como no dialogaban conmigo, fui perdiendo el uso de las palabras, ahora casi no hablo, sólo pienso.


Cuando me trajeron a esta “casa de reposo”, así la llaman, me di cuenta que nos tratan como niños, nos nombran con diminutivos: la Olguita, la Carmencita, la Sarita, la...la...la, o nos dicen: mi reina, mi princesa, mi bebé, mi niña, mi...mi...mi, o también abuelita y a veces la abuela... en un tono descortés. 

Sólo pediría un poco de respeto, me gustaría seguir siendo, señora...(con mi nombre), creo que no perdería mi identidad y me confundiría menos cuando se dirigen a mí.


Esto de estar sometida a una rutina, tan poco grata, no me hace feliz. Nos levantan a una hora predeterminada, nos colocan la ropa que las cuidadoras desean, a veces, ni es la propia, las cambian en la lavandería del recinto; añoro vestir esa blusa favorita mía, pero a veces la diviso en otra persona. 


El desayuno, almuerzo y cena hay que consumirlo a la hora impuesta, aunque no tenga apetito. Ya pasaron esos días en que a cualquier hora en verano gustaba de una fruta, de un helado, de un vaso de bebida o en invierno de un rico café cortado. 


Estoy obligada a ver los programas de T.V. favoritos de las auxiliares que nos cuidan, el matinal tal o cual, la teleserie de moda, etc., en el salón de descanso, somos un montón de viejas sin decisión propia, nuestra vida es guiada, en su totalidad.


Una vez al mes se celebran los cumpleaños, nos sientan a la mesa, se canta el cumpleaños feliz, nos dan torta, algunas golosinas y lo más ridículo, según mi parecer, es que nos ponen unos gorros de cumpleaños, esos de niños, es atroz para mí.


Se me fueron alejando mis seres queridos, se me fue coartando la libertad de decisión en mis asuntos personales más ínfimos, llego al final de mi existencia, sola, entre gente extraña, que no tiene ningún vínculo conmigo. 


Recuerdo los tiempos de antaño, las casas con sus abuelitas y abuelitos constituyendo la familia, eran otros tiempos, quizás tiempos de más amor y de preocupación por los mayores.



En fin, este es mi final de vida, a veces pienso que me he vuelto invisible, con el paso de los años.

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