Municipalidad de Coronel Suarez

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Cooperativa Electrica

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jueves, 4 de julio de 2013

Castillos en el aire en las colonias/aldeas...


Las colonias/aldeas son nuestro hogar, nuestra patria chica. En ellas nacemos, vivimos y quizás, la mayoría de nosotros también hemos de descansar algún día. Cada uno de nosotros tiene su pasado, presente o futuro ligado a la historia de nuestras queridas comunidades. Los ancianos tienen su ayer; los adultos, su hoy; y los jóvenes su mañana. 

Por lo tanto, nadie puede soslayar su propia responsabilidad a la hora de juzgar y emitir opinión respecto a la calidad de vida en la que estamos viviendo y desarrollando nuestra existencia. Los ancianos, es justo y meritorio reconocerlo, ya hicieron lo suyo: en el pasado invirtieron  esfuerzo y sudor sembrando en el arduo surco de la vida la semilla de la fe, la esperanza y las realizaciones. Ellos merecen el descanso y nuestro máximo respeto cuando emiten su opinión: los avala la experiencia y las obras que nos legaron. Porque ellos, acertados o no, hicieron, y cuando no pudieron, al menos lo intentaron. Siempre lo intentaron. Nunca se quedaron en la crítica fácil ni en el conformismo del “no se puede” o “son tiempos difíciles”. Se remangaron la camisa y se pusieron a trabajar. Sin tanta alharaca ni medios de prensa alrededor para que los vean y aplaudan. Simplemente trabajaron por su comunidad. Nada más y nada menos que eso. Y lo hacían porque lo consideraban su deber y, por supuesto, su derecho. Un noble derecho al que nadie le escapaba. Al contrario, era considerado un orgullo servir a la comunidad a través de sus instituciones.

Y si los ancianos hicieron lo suyo, los adultos y los jóvenes, que tanto nos quejamos del presente y futuro... ¿Ya hicimos –o hacemos- lo nuestro? ¿Hicimos –o hacemos- algo más que opinar? Y si todavía no hicimos nada... ¿Cómo vamos a tener un futuro mejor si no lo construimos desde el presente? ¡Pero desde este presente, el hoy, el ahora! Porque mañana ya es tarde. Es hoy cuando cada uno de nosotros tiene que poner su granito de arena transformado en convicción, esfuerzo, desinterés, fe en lo que se emprende, responsabilidad, constancia en los compromisos que se asumen, solamente por la íntima y reconfortante sensación del deber cumplido y de ver cómo crece y progresa la comunidad.


Solamente cuando cada uno de nosotros haya asumido su papel en la historia cotidiana, tendremos el derecho de opinar. Y aún en ese momento, tampoco tendremos la facultad de condenar lo que otros hacen, porque ese es un derecho divino. A lo que sí tenemos derecho y más que un derecho es un deber, es a aplaudir a todos esos valientes que, a pesar de todo, se atreven a hacer y trabajar por las instituciones de su comunidad, soportando estoicamente las maledicencias de los que hablan por hablar o de los que, de tan sabios que son, sólo saben construir castillos en el aire, levantando obras con palabras en una cómoda rueda de amigos.

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