Cada vez más era utilizado como
intérprete, y especialmente fui capaz de impedir que algunos fueran detenidos
injustamente. Una vez un divertido incidente con un viejo agricultor que estaba
siendo arrastrado por varios soldados. Me dijeron que tenía una “lujosa medalla
nazi” la cual me mostraron. Afortunadamente, tenía una tabla
con la identificación de esas medallas. El había sido premiado por haber
concebido cinco hijos. Quizá, su esposa estaba algo aliviada por sacárselo de
la espalda, pero no me parecía que uno de nuestros campos de la muerte fuera un
castigo justo por su contribución a Alemania.
Los soldados estaban de acuerdo y lo soltaron par que continúe su “trabajo
sucio”...
El hambre empezó a propagarse entre
la población civil alemana también. Era una algo común ver mujeres alemanas
hasta sus codos en nuestra basura en busca de algo comestible – es decir, si no
eran perseguidas...
Cuando pregunté a los alcaldes
de los pequeños pueblos y aldeas, me dijeron que su suministro de alimentos
había sido quitado por “personas desplazadas” (extranjeros que habían trabajado
en Alemania),
los cuales empacaron la comida en camiones y se la llevaron. Cuando me informé
de esto, la respuesta fue una de encoger los hombros. Nunca vi a la Cruz Roja
en el campamento o ayudando a los civiles, a pesar de que su café y rosquillas
estaban disponibles en cualquier lugar para nosotros. Entre tanto, los alemanes
tuvieron que confiar en la distribución de los almacenes ocultos hasta la
próxima cosecha...
El Hambre hizo a la mujer alemana
más “disponible”, pero a pesar de esto, la violación era frecuente y, a menudo,
acompañada de violencia innecesaria. En particular, recuerdo a una mujer de
dieciocho años, que le rompieron su rostro con la culata de un rifle, y luego
fue violada por dos soldados. Incluso los franceses se quejaron de que las
violaciones, saqueos y destrucción por embriaguez por parte de nuestras tropas
eran excesivas. En Le Havre, nos habían dado folletos de advertencia de que los
soldados alemanes habían mantenido un alto nivel de comportamiento con la
población civil francesa que era pacífica, y que debíamos hacer lo mismo. En
esto, miserablemente hemos fracasado...
“¿Y qué?” Algunos dirán. “Las
atrocidades del enemigo fueron peores que las nuestras.” Es cierto que sólo he
experimentado el final de la guerra, cuando ya estábamos los victoriosos. La
oportunidad alemana de cometer atrocidades se ha perdido; la nuestro estaba al
alcance de la mano. Pero dos errores no hacen un acierto. En lugar de copiar
los crímenes de nuestros enemigos, debemos tratar de una vez por todas de
romper el ciclo de odio y venganza que ha asolado y distorsionado la historia
de la humanidad. Esta es la razón por la que estoy hablando ahora, cuarenta y
cinco años después del crimen.
Nunca podremos evitar crímenes de guerra individuales, pero podemos, si una
cantidad suficiente de nosotros hablase, influir en la política gubernamental.
Podemos rechazar la propaganda del gobierno, que representa a nuestros enemigos
como infrahumanos y alienta la clase de ultrajes de los que fui testigo.
Podemos protestar por el bombardeo de objetivos civiles, que siguen en la
actualidad. Y podemos negarnos siempre a condenar el asesinato de prisioneros
desarmados y derrotados de la guerra por parte de nuestro gobierno...
Me doy cuenta de que es difícil
para el ciudadano común y corriente admitir haber atestiguado un crimen de tal magnitud, especialmente si lo
implica a uno mismo. Incluso soldados que se compadecían de las víctimas me
dijeron que tenían miedo de quejarse y meterse en problemas. Y el peligro no ha
cesado. Desde que hablé hace algunas semanas, he recibido amenazas telefónicas
y rompieron mi buzón de correo. But its been worth it. Pero vale la pena.
Escribir sobre estas atrocidades ha sido una catarsis de sentimientos que he
reprimido durante mucho tiempo, una liberación, y quizás recordará a otros
testigos que “la verdad nos hará libres, no tengan miedo.” Incluso podemos
aprender una lección suprema de todo esto: sólo el amor puede conquistar todo.
OASIS
Eso que han leído es el relato en 1990, del Profesor Martin Brech (+), ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial. Fue profesor adjunto de la catedra de Filosofía y Religión de la Universidad de Mercy, New York. El Profesor Brech era nieto de los alemanes que vinieron de Rusia. En su casa hablaban un alemán arcaico. El no lo hablaba por eso sus padres lo mandaron a una escuela alemana.
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