Municipalidad de Coronel Suarez

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lunes, 27 de mayo de 2013

Lo que nunca se dijo… Los Campos de La Muerte de los Aliados: La Historia de un Guardia Americano (Descendiente de alemanes de Rusia)...


En octubre de 1944, a la edad de dieciocho años, fui reclutado en el ejército de los Estados Unidos. Debido en gran parte a la “Batalla de las Ardenas”, mi formación fue interrumpida. Mi permiso se redujo a la mitad, y me enviaron de inmediato al extranjero. Llegamos a Le Havre, Francia, y fuimos rápidamente cargados en los coches y enviados al frente. Cuando llegamos allí, yo sufría gravemente los síntomas de la mononucleosis, y fui enviado a un hospital de Bélgica. Como entonces, la mononucleosis se conocía como la “enfermedad de los besos”, envié miles de cartas de agradecimiento a mi novia.

Para cuando salí del hospital, el equipo con el que me había formado en Spartanburg, Carolina del Sur estaba en el interior de Alemania, por lo que, a pesar de mis protestas, me reubicaron en un depósito de reposición. Perdí el interés en las unidades en las que fui asignado y no recuerdo a todos ellos: las unidades de no-combate no eran ridiculizadas en ese tiempo.


A finales de marzo o principios de abril de 1945, fui enviado a la guardia de un campo de prisioneros de guerra cerca de Andernach a lo largo del Rin. Sabía algo de alemán, pues mis padres lo hablaban, me enviaron a las clases de idioma alemán en la escuela secundaria por cuatro años, por lo que podía hablar con los presos, aunque estaba prohibido. Gradualmente, sin embargo, se me utilizó como intérprete, y se me pidió encontrar miembros de las SS (jamás encontré alguno)


En Andernach, cerca de 100.000 prisioneros de todas las edades estaban encerrados en un campo abierto rodeado de alambre de púas. Las mujeres se mantenían en un recinto apartado en los cuales había otros tanto, que no vi hasta más tarde. Los hombres que vigilábamos no tenían refugios ni mantas; muchos no tenían abrigos. Dormían en el barro, húmedo y frío y sin letrinas. Era una fría, húmeda primavera y su miseria por la exposición, era evidente por sí sola.

Aún más sorprendente fue ver a los prisioneros meter césped y malezas en una lata para preparar una sopa. Me dijeron que lo hacían para a aliviar el dolor del hambre. Rápidamente, empezaron a demacrarse. La Disentería apareció, y así dormían entre sus propios excrementos, demasiado débiles para llegar a las letrinas. Muchos rogaban por comida, enfermos y muriendo ante nuestros ojos. Teníamos abundante comida y suministros, pero no debíamos hacer nada para ayudarlos, ni siquiera asistencia médica.

Indignado, protesté a mis oficiales y me encontré con la hostilidad o la cruel indiferencia. Cuando presioné, me explicaron que estaban bajo órdenes estrictas de “más arriba”. Consciente de que mis protestas eran inútiles, le pedí a un amigo que trabaja en la cocina si él me podría deslizarme algunos alimentos adicionales para los presos. También dijo que estaban bajo órdenes estrictas de no alimentar a los presos y que esas órdenes provenían de “más arriba”. Pero él dijo que había más alimentos de los necesarios y que me pasaría algunos.

Cuando arroje la comida sobre el alambre de púas a los prisioneros, me atraparon y me amenazaron con encarcelarme. Repetí la “ofensa”, y un oficial con enojo me amenazó con dispararme. Asumí este era nada hasta que encontraré a un capitán en una colina por encima del Rin disparando a un grupo de civiles alemanas con su pistola calibre .45. Cuando le pregunté por qué, Murmuró, “Práctica de tiro”, y disparó su pistola hasta acabar su munición. Vi que las mujeres corrían para protegerse, pero, a esa distancia, no podía saber si alguna había sido alcanzada.

Esto fue cuando me di cuenta que se trataba de asesinos de sangre fría llenos de odio moralista. A su juicio, los alemanes eran una raza infrahumana y digna de ser exterminada; otra expresión de la espiral del racismo. Artículos en los periódicos de los soldados, el “Star and Stripes”, enfatizaban la importancia de los campos de concentración alemanes, completos con fotos de cuerpos descuartizados, lo que amplificaba nuestra moral y crueldad, lo que hizo que fuese más fácil de imitar el comportamiento al que se supone que nos oponíamos. También, creo, los soldados que no fueron expuestos al combate, trataban de demostrar que tan duros eran disparando a los prisioneros y los civiles.

Me enteré que estos presos eran en su mayoría agricultores y obreros, tan simples e ignorantes como muchas de nuestras tropas. A medida que paso el tiempo, más de ellos parecían “zombis” por su indiferencia, mientras que otros trataban de escapar en una forma demente o suicida, corriendo a través de campos abiertos en plena luz del día hacia el Rin buscando apaciguar por su sed. Fueron fusilados. Algunos presos estaban tan deseosos por cigarrillos como por comida, diciendo que calmaban su hambre. En consecuencia, soldados “emprendedores” adquirían hordas de relojes y anillos a cambio de puñados de cigarrillos o menos. Cuando empecé a tirar cajas de cigarrillos a los prisioneros para arruinar este comercio, fui amenazado por soldados y oficiales de alto rango.

(Continuará) 

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