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jueves, 14 de febrero de 2013

Escritura sanadora...



"Narrar cura. Poner por escrito una vivencia dolorosa causa alivio; ayuda a superar el sufrimiento que a uno puede haberle dejado una separación, la pérdida de un ser querido, un accidente trágico, un terremoto, un incendio devastador o un asalto violento. 


James Pennebaker profesor de Psicología de la Universidad de Texas es quien tras numerosas investigaciones demostró el poder sanador de la escritura, en especial cuando se trata de situaciones de catástrofes colectivas, como fueron el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York o el sismo de Haití. Esto también se aplica a crisis personales que actúan como verdaderos cataclismos internos. 

La psicopedagoga y doctora en Psicología Mónica Bruder, discípula y referente de Pennebaker en la Argentina, explica las virtudes de esta práctica terapéutica: “Sin duda, escribir sobre experiencias traumáticas, en particular si se las ha reprimido durante mucho tiempo, es terapéutico; lo veo a diario en mi consultorio con pacientes que llegan con problemas de diferente índole: gente que padece insomnio, que no puede concentrarse en ninguna actividad, que sufre ataques de pánico o tiene un problema de salud serios… A veces, si se les hace escribir sus vivencias, en un tiempo bastante breve se logra mejorar la calidad del sueño, bajar el nivel de estrés, reducir la presión arterial, el nivel de ansiedad o la necesidad de consumir determinados medicamentos”."

¿Podría decirse que escribir actúa como una especie de catarsis?

En cierto sentido. La escritura ayuda a reorganizarnos mentalmente, a repensar esos momentos críticos. Cuando uno escribe está solo, sin testigos ni apuros; uno puede tomarse su tiempo para elaborar los peores recuerdos, y a medida que surgen las palabras para nombrarlos, es posible darles un significado distinto. El relato escrito moviliza las emociones y las reinterpreta.


Desde Freud, se sabe que la palabra tiene efectos terapéuticos. ¿Qué diferencia hay entre decir y escribir?

Pennebaker descubrió que el relato oral de un hecho traumático podía convertirse en reiterativo sin que mutara de significado. Pero si se lo ponía por escrito permitía interpretarlo de otra manera.

Uno se da más tiempo cuando escribe…

Y no tiene que rendirle cuentas a nadie. Escribir lo que a uno le pasa promueve un diálogo interno que queda registrado. Se puede recurrir a él y cambiarlo cuántas veces uno quiera; actúa como una autoterapia reorganizando pensamientos y emociones. El pensamiento es más lento que la emoción, así como escribir es más lento que pensar. En este cruce de tiempos del sentir-pensar-escribir, la razón libera las palabras necesarias.


Usted, como psicoterapeuta, ¿aplica la escritura como método con sus pacientes?

Aplico una derivación de la escritura terapéutica, que es el cuento terapéutico, algo que ya venía elaborando, y que le comenté a Pennebaker, que era mi director de tesis, cuando fui a Estados Unidos. El se entusiasmó con la idea
porque era una variante novedosa.

Así que inventó el cuento terapéutico. ¿Y de qué se trata?

Mientras que la escritura terapéutica es catarsis porque siempre se escribe la situación traumática, a lo que apunta el cuento terapéutico es a la elaboración. Como terapeuta, cada vez que mis pacientes traen una experiencia dolorosa que los abruma, les pido que la reinventen, que la tomen como fuente de inspiración para escribir un cuento y le cambien el final real por uno feliz.

Un final imaginario…

Sí, les propongo ir de la pesadilla al sueño. De la situación dolorosa a resolver el conflicto. Científicamente está demostrado que mejora tanto el bienestar físico como el psicológico. Le cuento una anécdota de Borges para ilustrar esto que digo. En una entrevista periodística le preguntaron sobre un problema de insomnio que padecía. Y él respondió: “Le voy a contar un detalle que puede interesarle: antes de escribir “Funes el memorioso”, me acostaba y empezaba a imaginar. Me imaginaba la pieza, los libros en los estantes, los muebles, los patios. El jardín de la quinta de Adrogué (esto era en Adrogué). Imaginaba los eucaliptos, la verja, las diversas casas del pueblo, mi cuerpo tendido en la oscuridad. Y no podía dormir. De allí salió la idea de un individuo que tuviera una memoria infinita, que estuviera abrumado por su memoria, no pudiera olvidarse de nada y, por consiguiente, no pudiera dormirse. Pienso en una frase común, “recordarse”, que es porque uno se olvidó de uno mismo y al despertarse se recuerda. Y ahora viene un detalle casi psicoanalítico: cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y para que me liberara de él mediante ese cuento”. En todo cuento terapéutico, como le pasó a Borges, hay un conflicto que se resuelve. Representa la libertad, ya que a través de su creación la persona se recupera de la esclavitud producida por cualquier situación traumática u obsesión.

¿Qué pasa si un paciente no encuentra un final feliz?

Hoy hablo de final positivo para no confundir con la idea de un final de cuento de hadas o hollywoodense. El sentido es elaborar el conflicto. Cada uno elige su final, lo que puede resultar positivo para un paciente a lo mejor es visto como negativo desde otro punto de vista.

¿Y funciona?

Los pacientes saben que vamos a encarar un tratamiento poco convencional, de modo que ya vienen predispuestos. Mi experiencia es que si se comprometen con la escritura, con el trabajo creativo, un 99% pasa de la insensibilidad al sentimiento, de la negación a la aceptación, del conflicto y el caos al orden y la resolución, de la ira y la pérdida a un crecimiento profundo. Del dolor a la alegría. Y en poco tiempo, con la escritura tratamos traumas puntuales, esos que traban la vida durante años.

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