Después de señalar al jerarca nazi, su vida fue un calvario.
Y años más tarde, también profanaron su tumba… Por Sibila Camps
En ese cine se había iniciado todo, cuando Sylvia, la hija de Hermann, de 14 años, se hizo amiga de un grupo de jóvenes alemanes, entre los que estaba Klaus, el hijo mayor de Eichmann, entonces de 20 años.
Sobreviviente del campo de concentración de Dachau, Lothar Hermann había llegado en 1938 a la Argentina, donde ya vivía su hermano Hugo. Sólo otros dos hermanos lograron huir; en los años siguientes, los siete restantes, como también sus padres, fueron exterminados junto con 6 millones de judíos. Por ellos, Hermann se propuso llevar a los criminales a la Justicia.
A través de su hija descubrió que Ricardo Klement era Adolf Eichman, cuyos hijos estaban inscriptos en el Colegio Alemán con su apellido real. Casi ciego por los golpes recibidos en Dachau, era Sylvia quien le leía el Argentinisches Tageblatt.
Supo así que Fritz Bauer, fiscal general de Frankfurt, había librado orden de captura contra Eichmann, y le escribió dándole su dirección.
Veintiséis cartas envió Hermann, clamando por la detención de quien había sido el ingeniero de la “solución final”. En marzo de 1960 planteó al gobierno de Israel: “Obviamente ustedes no tienen ningún interés en detener a Eichmann”.
El 11 de mayo, el jerarca nazi fue capturado en secreto y llevado nueve días después a Jerusalén, donde fue juzgado y condenado a la horca. Habían pasado tres años desde la denuncia de Hermann.
La vida de Lothar ya era un infierno, al punto de que mandó a Sylvia a vivir con la tía Elsa a San Francisco (EE.UU.). El se había radicado con su esposa en Coronel Suárez, por ser una zona de escondite de nazis. Su hermano Hugo se casó, nació su hijo Luis María y, probablemente alterado por las desgracias familiares, al año desapareció del hogar.
Luis María Hermann creció sin conocer este pasado. Hace diez años, su hijo Luis comenzó a tramitar la ciudadanía alemana. Un día, por error, en la embajada de Alemania en Buenos Aires le entregaron el abultado expediente de Lothar, que le quitaron de inmediato; pero esos dos minutos le bastaron para sospechar que su apellido tenía algo que ver con Adolf Eichmann.
Desde entonces, su hermana Liliana y su esposo Ariel Mereles se lanzaron a buscar las fichas del rompecabezas, y a nutrir la convicción de que su tío abuelo debía ser reivindicado.
En Coronel Suárez, un grupo de chicos historiadores los llevó a la tumba de Lothar, varias veces profanada y ahora sin su nombre. Su mejor amiga les contó sobre las persecuciones sufridas desde que empezó a reclamar a Israel el pago de la recompensa por descubrir a Eichmann.
En 1961 fue detenido por cinco agentes –dos de ellos del Mossad, el servicio secreto israelí–, que lo “confundieron” con el sanguinario doctor José Menguele, quien tenía cédula argentina con su nombre real. Pese a que la Policía bonaerense lo aclaró al instante, Hermann fue torturado y estuvo preso 15 días. Liliana y Ariel hallaron pruebas del hostigamiento y las amenazas que debió sufrir mientras vivió.
Ya enfermo de cáncer, en 1971 aceptó la presión del gobierno de Israel y negó públicamente haber tenido vinculación con el caso Eichmann. Recién entonces le pagaron, 20 cuotas de 500 dólares, que empleó para tratar su enfermedad. Murió en 1974.
Liliana y Ariel localizaron a Sylvia, con quien habló Luis María en 2010. También ubicaron a Tuviah Friedman, director de Documentación en Haifa (Israel), quien había ayudado a Lothar a cobrar la recompensa y les entregó copia de cartas y documentos que prueban su verdadero papel. Hace cuatro meses conocieron a la periodista alemana Gaby Weber que estudió el caso, y el rompecabezas fue cobrando forma.
En el cementerio de Coronel Suárez, Lothar Hermann es ahora NN.
Gentileza de Clarin.com
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