Municipalidad de Coronel Suarez

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Cooperativa Electrica

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martes, 23 de febrero de 2010

Gusto



Pues existen otros placeres. Y pueden ser cultivadas otras vertientes del gusto. Pienso concreta­mente en el gusto por las cosas be­llas, en el gusto por la Belleza, así de abstracta, así de lejana, pero así de real y convocante. El sabor de lo bello está también en las cosas. Vale la pena develarlo.

Afinar el gusto por la Belleza... Qué bella tarea...

Por más que el sabor del fracaso lo percibamos en las entrañas y el gusto por el poder nos pudra desde la cabeza, es clásica la afirmación de que el sentido del gusto reside principalmente en la lengua.

A tra­vés de ella nos es dado percibir los cuatro sabores fundamentales: el amargo, el dulce, el salado y el ácido. Sin embargo, el sinsabor es­peso de la envidia lo degustamos -¿lo disgustamos?- con el corazón, la dulzura halagüeña del éxito la paladeamos con todo el ser, la pica­zón salobre de la injuria la adere­zamos desde nuestra agresividad y el dejo acre de la maledicencia lo destilamos desde la insidia de nuestros resentimientos.

Igualmente según la concepción tradicional de los cinco sentidos o potencias corporales, el gusto nos permite entrar en comunicación con las cosas. Es, por definición, uno de nuestros modos de contacto con lo que nos rodea. Es, según lo ya se­ñalado, una de nuestras potencias, uno de los poderes de que dispone­mos para develar y descubrir el mundo.

Como facultad natural, es de ejercicio espontáneo. No está necesitado de adiestramiento. Pero admite ser educado. Y se afina -o se embota- con su aplicación y con la experiencia.

Gustus, fue llamado por los lati­nos, en cuya lengua el verbo gustare significó tanto "gustar" como "expe­rimentar" y "probar". Y toda prueba apunta a la aprobación o a la desa­probación, así sea esta última bajo la forma de la indiferencia. Como actividad espontánea, el gusto, el gusto sensorial y orgánico, percibe naturalmente los sabores primeri­zos, - globales, groseros, podría decirse, de las cosas. Percibe y selec­ciona.

Y se lo puede cultivar hasta llegar a los niveles exquisitos del gourmet. Su meta —y su gloria— es el placer, es cierta forma de pla­cer.

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