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miércoles, 19 de diciembre de 2012

¡Chau a las quejas!... Cuestión de medida... 2ª Parte



Para Santandreu, en los albores del siglo XXI hay dos enemigas mayúsculas: las necesidades inmateriales inventadas y las creencias irracionales. En ellas incluye el amor sentimental, el éxito, tener hijos, ser inteligente, ser respetado por los demás, no tener complicaciones, tener compañía (no estar solo), estar ocupado (no aburrirse), que la vida tenga sentido (económico y personal), tener seguridad (de no tener un accidente), tener salud (más allá de lo razonable). “Asumimos aquello de que ‘más siempre es mejor’ y nos presionamos creyendo que si no conseguimos mucho en la vida, somos un desastre, ¡un gusano de la peor especie! Yo les digo a mis pacientes: ‘El dueño de tu mente eres tú. ¡Edúcate!’. Necesitamos muy poco para estar bien”, sostiene el especialista.


Proceso de identificación

Es de mañana y no encontrás las llaves. Al salir, te diste cuenta de que te fuiste con poco dinero, y al llegar al lugar a donde ibas a realizar un trámite, descubrís que te olvidaste el formulario en tu casa… Si a eso le agregás la persona que se te coló en la fila y que, cuando te animaste a decir algo, el griterío fue tal que pasás a ser vos el desubicado…

Con toda esta cadena de sucesos, la mente -con sus pensamientos- inicia lo que se llama el proceso de identificación. O sea, nos convertimos en nuestros pensamientos. Nuestra identidad pasa a ser eso que pensamos. Y estamos tan identificados con cada una de esas sensaciones, que cada una de ellas es la absoluta verdad. Y nos reducimos a un estado casi permanente de insatisfacción. Siempre, o casi siempre, nos falta algo para estar bien. De este modo, nos pasamos buscando “algo” que nos salve.

En una concepción casi infantil de la vida, nos sumergimos en la ilusión del rescate… y eso solo puede venir de nosotros mismos. Trabajar dentro de uno mismo la forma que les damos a nuestros pensamientos es fundamental. El pensamiento está al servicio de la vida, y no en contra de ella. Si con cada pensamiento puedo no identificar a mi persona con lo que sucede, puedo aprender a “sentir” en vez de “juzgar y juzgarme”.

Entonces, tendré una nueva relación con lo que vivo, más vital y más amistosa. Hasta lograré sonreír en todo momento. Darle ese sí todos los días a la vida hace que mis pensamientos cambien. Si niego la vida, el mundo se hace hostil. Pero si mi conciencia cambia, me encuentro con que el mundo también lo hace y pasa de ser hostil a amoroso.


(Continuará)

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