Con la aspiración de proteger sus hogares y establos de malos moradores, evitar visitas indeseadas y demostrar agradecimiento a los dioses por los dones recibidos y pedirles por el tiempo que se avecinaba, adornaban sus casas, por dentro y por fuera, días previos a la festividad de Yule con ramitas de hiedra, y armaban aros con fresno que recubrían con hojas de Acebo y Muérdago.
Sumado a la investidura de ser árboles regentes sagrados, la elección de estas
plantas no era casual, por que predomina en ellas el rojo y el verde. Ambos
colores trascendentales para los pueblos celtas.Les atribuían el significado
simbólico al rojo del nacimiento, por su asociación con la sangre del parto, y
al verde, por ser el color que simboliza la tierra.
Por otra parte el Muérdago era de las consideradas plantas más mágicas
por los druidas, pues, a diferencia de muchas otras, sus semillas no pueden
germinar en el suelo. Y el Acebo por que la tradición, explica el proceso
natural de la planta, desde lo siguiente: “en ese período del año, el alimento
escaseaba para los pájaros y roedores, hecho por el cual el Acebo debía ponerse
a la defensiva, para proteger sus semillas de estos. Las hojas tomaban la
apariencia, de un escudo ovalado erizado de lanzas y el pueblo celta, muy
consciente de esto, utilizó la madera de este árbol precisamente para eso, para
confeccionar lanzas y escudos. El simbolismo entonces, radica en que las hojas
espinosas son la fuerza que repele y neutraliza los ataques protegiendo a la
familia”.
En toda casa céltica había campanas, que en esos días las hacían repicar
con mayor frecuencia para ahuyentar los malos espíritus a fin de llevar
adelante una celebración en armonía y felicidad con todos los integrantes de la
familia, en donde no faltaba comida y bebida en abundancia.
Otros adornos que aprovechaban, eran las manzanas, por que simbolizaban la vida
después de la muerte y las piñas a la fertilidad.
Y el mayor adorno en honor a la celebración de Yule, se enfocaba en un
tronco de árbol.
Después del solsticio recogían un leño y lo guardaban hasta que, unos días antes de la festividad, lo adornaban con piñas de conífera, acebo, hiedra y otras plantas verdes, lo ubicaban en un espacio de honor en la casa, para que todos pudieran tocarlo, dejar mensajes de petición de favores o de agradecimiento.
Después del solsticio recogían un leño y lo guardaban hasta que, unos días antes de la festividad, lo adornaban con piñas de conífera, acebo, hiedra y otras plantas verdes, lo ubicaban en un espacio de honor en la casa, para que todos pudieran tocarlo, dejar mensajes de petición de favores o de agradecimiento.
El día de Yule, al ponerse el sol, el leño se prendía, el ritual de
encendido estaba a cargo de la mujer o madre. El fuego debía ir quemando
lentamente el leño. Al día siguiente,
guardaban las cenizas con veneración, ya que creían que con ellas se podían
curar enfermedades, y los restos del leño no carbonizado, lo conservaban para
encender al año siguiente el fuego de la próxima celebración.
Son muy pocos los historiadores que se han atrevido a explicar la fusión que debió realizar el cristianismo para imponerse sobre las tradiciones celtas.
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