Un fresco abrazo la nombra, Colonia Tres o
Santa María, dos nombres un solo corazón; sus calles señeras fecundan el estío,
quien mira es influido por un albur suave, la conozco agraciada, tendida en
diáfana quimera
Vista de la "Feddergasse" desde el monumento de la Virgen en el año 1930
Cuando el aire anda en flores...
y el cielo es delicado, da gusto ir
contemplando sus abiertas distancias, sus ofrecidos edenes que alegran el
espíritu, su ocaso, imperio triste, sus tranquilos valles. Y las gentes de
ahora, que trabajan su dicha, los vistosos cultivos prometiendo un buen año,
las mañanas de escarcha, los vivos resplandores, y el campo en su abandono
feliz, hondura y pájaro. Las voces tienen leguas. Apartadas distancias miden
las grandes tierras y los últimos cielos, y rumores de hacienda confirman lo
apacible, y un aire encariñado, de lejos, vuelve al trébol. Lindo es mirar las
sierras, una callada gente en cuyos ojos nunca se enturbia el claro día,
atardece en sus pampas, dichosa en la costumbre y en la amargura digna.
La vida, campo afuera…
se contempla en jazmines o va en alegres
carros cuando perfuma el trigo cortado, cuando vuelve la brisa a trenzas
jóvenes y el ocio, en el acordeón, menciona algún cariño. Conozco esos lugares
que enternecen mi andanza y donde la colonia ya es encanto sin tiempo, frondas,
calladas casas, suaves noches camperas, soledad, hermosura: frecuencia de mi
pecho. Vuelvo a cruzar los campos donde el pampero canta, y un aire enamorado
de esa extensa delicia en cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia la querida,
la tierna, la querida colonia.
Larga dulzura…
creada para entender la dicha durable rosa,
quieto fervor, gajo de patria ¡Qué mansa la presencia de la brisa en sus
tierras! ¡Qué sonora en mi pecho la efusión de sus campos! Dulzura sí, llaneza
cordial, grato sosiego, Amplitud primorosa y honor en la mirada. En su anchura
reconoce a los suyos, y en su tierna tranquilidad el pensamiento se aclara.
¡Qué vistosas se ponen sus leguas cuando el aire perfuma, y la tarde alza como
dormidos velos! Pondero esos campos, los nombro afectuoso. El corazón es dádiva
de su amable silencio. Siento unas luces absortas y unos callados rumores;
Reconozco este ocaso perdido en los trigales, y fuera de los años miro su
gracia inmóvil, su delicado resplandor sobre los campos solemnes. Luz absorta
que viene del pasado, y me acerca unos rostros, un pueblo y esa fecha rezada en
que anduve lo más campante por los patios sencillos...
Vuelve un canto siempre dulce. La dicha se
parece a esa nostalgia. Quedo en la brisa, tierno de campo, laxo, respetuoso.
Una y otra vez paso canturreando entre esas calles.
Héctor Maier Schwerdt
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